14ª Semana. Martes
LUCHA ASCÉTICA
— Muchos combates se
libran cada día en el corazón del hombre. Ayuda constante del Señor.
— Para seguir a Cristo
es necesario el esfuerzo diario, alegre y humilde.
— Recomenzar muchas
veces. Acudir a la Virgen Nuestra Madre.
I. La lucha misteriosa de Jacob con un
ángel con figura de hombre a orillas del río Yaboc señala un cambio radical en
la vida del Patriarca. Hasta aquí Jacob había llevado una conducta demasiado
humana, apoyado solo en medios puramente naturales. A partir de este momento
confiará sobre todo en Dios, que reafirma en él la Alianza con el pueblo
elegido.
Pudo Jacob vencer en
el combate solamente por la fuerza que Dios le comunicó, y la lección de esta
hazaña era que no le había de faltar la bendición y la protección divina en las
dificultades venideras1.
Así lo expresa el libro de la Sabiduría: Le concedió la palma en duro
combate para enseñarle que la piedad prevalece contra todo2.
Para los Santos
Padres, esta escena del Antiguo Testamento es imagen del combate espiritual que
ha de sostener el cristiano ante fuerzas muy superiores a él, y contra sus
propias pasiones y tendencias, inclinadas al mal después del pecado de
origen: no es nuestra lucha la sangre y la carne -advierte San
Pablo-, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores
de este mundo, contra los espíritus malos de los aires3.
Son los ángeles rebeldes, vencidos ya por Cristo, pero que no dejarán de
incitar al mal hasta el fin de la vida del hombre. Todos los días hay combates
en nuestro corazón, enseña San Agustín. Cada hombre en su alma lucha contra un
ejército. Los enemigos son la soberbia, la avaricia, la gula, la sensualidad,
la pereza... Y es difícil –añade el santo– que estos ataques no nos produzcan
alguna herida4.
Sin embargo, tenemos la seguridad de la victoria si echamos mano de los
recursos que el Señor nos ha dado: la oración, la mortificación, la sinceridad
plena en la dirección espiritual, la ayuda de nuestro Ángel Custodio y, sobre
todo, de nuestra Madre Santa María. Además, «si Aquel que ha entregado su vida
por nosotros es el juez de esta lucha, ¿qué orgullo y qué confianza no
tendremos?
»En los juegos
olímpicos, el árbitro permanece en medio de los dos adversarios, sin favorecer
ni al uno ni al otro, esperando el desenlace. Si el árbitro se coloca entre los
dos contendientes, es porque su actitud es neutral. En el combate que nos
enfrenta al diablo, Cristo no permanece indiferente: está por entero de nuestra
parte. ¿Cómo puede ser esto? Veis que nada más entrar en la liza –son palabras
de San Juan Crisóstomo a unos cristianos en el día de su bautismo– nos ha
ungido, mientras que encadenaba al otro. Nos ha ungido con el óleo de la
alegría y a él le ha atado con lazos irrompibles para paralizar sus asaltos. Si
yo tengo un tropiezo, Él me tiende la mano, me levanta de mi caída, y me vuelve
a poner de pie»5.
Por muchas que sean las tentaciones, las
dificultades, las tribulaciones, Cristo es nuestra seguridad. ¡Él no nos
deja!, ¡Él no es neutral!, está siempre de nuestra parte. Todos podemos decir
con San Pablo: Omnia possum in eo qui me confortat... Todo lo puedo en Cristo que me
conforta, que me da las ayudas necesarias si acudo a Él, a los medios que tiene
establecidos.
II. Caminaba un montañero hacia un refugio
de alta montaña. El sendero subía más y más, y en ocasiones resultaba difícil
dar un paso; el frío azotaba su cara, pero el lugar era impresionante por el
gran silencio que allí reinaba y por la belleza del paisaje.
El refugio, sencillo y
tosco, resultó muy acogedor. Muy pronto observó que, sobre la chimenea, estaba
escrito algo con lo que se identificó plenamente: «Mi puesto está en la
cumbre». Allí está también nuestro sitio: en la cumbre, junto a Cristo, en un
deseo continuo de aspirar a la santidad en el lugar donde estamos y a pesar de
conocer bien el barro del que estamos hechos, las flaquezas y los retrocesos.
Pero sabemos también que el Señor nos pide el esfuerzo pequeño y diario, la
lucha sin tregua contra las pasiones que tienden a tirarnos para abajo, el no
pactar con los defectos, con los errores. Lo que nos hará perseverar en este combate
es el amor, el amor profundo a Cristo, a quien buscamos incesantemente6.
La lucha ascética del cristiano ha de
ser positiva, alegre, constante, con «espíritu deportivo». «La santidad tiene
la flexibilidad de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe
desenvolverse de tal manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite
–si no es ofensa a Dios– otra que también le cuesta y da gracias al Señor por
esta comodidad. Si los cristianos actuáramos de otro modo, correríamos el
riesgo de volvernos tiesos, sin vida, como una muñeca de trapo.
»La santidad no tiene
la rigidez del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida
sobrenatural»7.
En la lucha interior encontraremos
también fracasos. Muchos de ellos tendrán poca importancia; otros sí la
tendrán, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más al Señor. Y si
hubiéramos roto en pedazos lo más preciado de nuestra vida, Dios sabrá
recomponerla si somos humildes. Él perdona y ayuda siempre, cuando acudimos con
el corazón contrito. Hemos de aprender a recomenzar muchas veces; con una alegría
nueva, con una humildad nueva, pues incluso si se ha ofendido mucho a Dios y se
ha hecho mucho daño a los demás, se puede estar después muy cerca del Señor en
esta vida y luego en la otra, si existe verdadero arrepentimiento, si se lleva
una vida acompañada de penitencia. Humildad, sinceridad, arrepentimiento..., y
volver a empezar.
Dios cuenta con nuestra fragilidad y
perdona siempre, pero es preciso ser sinceros, arrepentirse, levantarse. Hay
una alegría incomparable en el Cielo cada vez que recomenzamos. Y a lo largo de
nuestro caminar tendremos que hacerlo en muchas ocasiones, porque siempre habrá
faltas, deficiencias, fragilidades, pecados. Que no nos falte nunca la
sinceridad de reconocerlo y de abrir el alma al Señor en el Sagrario y en la
dirección espiritual.
III. La lucha diaria del cristiano se
concretará de ordinario en cosas pequeñas: en fortaleza para cumplir
delicadamente los actos de piedad con el Señor, sin abandonarlos por cualquier
otra cosa que se nos presente, sin dejarnos llevar por el estado de ánimo de
ese día o de ese momento; en el modo de vivir la caridad, corrigiendo formas
destempladas del carácter (del mal carácter), esforzándonos por tener detalles
de cordialidad, de buen humor, de delicadeza con los demás; en realizar acabadamente
el trabajo que hemos ofrecido a Dios, sin chapuzas, con perfección; en poner
los medios para recibir la formación que necesitamos...
Victorias y derrotas, caer y levantarse,
recomenzar siempre..., esto es lo que pide el Señor a todos. Esta lucha supone
un amor vigilante, un deseo eficaz de buscarle a lo largo del día. Este
esfuerzo alegre es el polo opuesto a la tibieza, que es dejadez, falta de
interés en buscar a Dios, pereza y tristeza en nuestras obligaciones para con
Él y para con los demás.
En este combate
siempre contamos con la ayuda de nuestra Madre Santa María, que sigue paso a
paso nuestro caminar hacia su Hijo. En la Liturgia de las Horas, la Iglesia
recomienda todos los días a los sacerdotes esta Antífona de la
Virgen: Salve, Madre soberana del Redentor, Puerta del Cielo siempre abierta,
Estrella del mar; socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse...8.
Este pueblo que cae y lucha por levantarse somos nosotros todos. Y este cambio
que se produce cada vez que comenzamos –aunque sea en aspectos que parecen de
poca importancia: en el examen particular, en los consejos recibidos en la
dirección espiritual, en los propósitos del examen de conciencia– es el más
grande que podemos imaginar. ¡Cuánto más cuando se trata de pasar de la muerte
del pecado a la vida de la gracia! «La humanidad ha hecho admirables
descubrimientos y ha alcanzado resultados prodigiosos en el campo de la ciencia
y de la técnica, ha llevado a cabo grandes obras en la vía del progreso y de la
civilización, y en épocas recientes se diría que ha conseguido acelerar el
curso de la historia. Pero el cambio fundamental, cambio que se puede definir
“original”, acompaña siempre el camino del hombre y, a través de los diversos
acontecimientos históricos acompaña a todos y a cada uno. Es el cambio entre el
“caer” y el “levantarse”, entre la muerte y la vida»9.
Cada vez que recomenzamos, que nos
decidimos a luchar una vez más, nos llega la ayuda de Santa María, Medianera de todas las
gracias. A Ella hemos de acudir con pleno abandono cuando las tentaciones
arrecien. «¡Madre mía! Las madres de la tierra miran con mayor predilección al
hijo más débil, al más enfermo, al más corto, al pobre lisiado...
»—¡Señora!, yo sé que
tú eres más Madre que todas las madres juntas... —Y, como yo soy tu hijo... Y,
como yo soy débil, y enfermo... y lisiado... y feo...»10.
NOTAS:
1 Primera
lectura. Año I. Gen 32, 22-32.
2 Sab 10,
12.
3 Ef 6,
12.
4 San Agustín, Comentario
al Salmo 99.
5 San Juan Crisóstomo, Catequesis
bautismales, 3, 9-10. 6 Tanquerey, Compendio de
teología ascética y mística, n. 193 ss. 7 San Josemaría Escrivá, Forja,
n. 156.
8 Liturgia de las horas, Antífona Alma
Redemptoris Mater.
9 Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
Mater, 25-III-1987, 52.
10 San Josemaría Escrivá, o. c.,
n. 234.
hablar con Dios